He conocido, abrazado, besado, sentido, dudado, amado, sufrido, llorado, reido.
Me he decepcionado, emocionado, enamorado, apasionado, conmovido, entristecido, alegrado.
He soñado. Sigo soñando.
He ido, he vuelto. Me he vuelto a ir. Todavía estoy yendo.
Creí encontrar mi sitio. Creí haberme encontrado.
Sigo buscando mi sitio. Me sigo buscando.
Pero algo es cierto. Estos 16 años, he vivido.
Y eso es lo que no ha podido hacer Eluana Engralo. Sigue conectada a los aparatos que mantienen su cuerpo con vida. Su cuerpo está en coma irreversible. Ahora tendría 34. Mi vida podría haber sido la suya.
"Desconectad las máquinas, dejad morir a mi hija, tened un poco de dignidad." Esto es lo que ha dicho su padre.
"Una monstruosidad inhumana y un asesinato." Esto es lo que ha dicho Javier Lozano Barragán, Presidente del Consejo para la Salud del Vaticano.
¿Puede haber mayor monstruosidad que alimentar el dolor de un padre viendo así a una hija, minuto a minuto, hora a hora, día a día, durante los últimos dieciseis años?
¿Puede ser algo más inhumano que impedir descansar su cuerpo de una vez en paz?
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